sábado, 29 de octubre de 2011

FILO. Artículos para Disertaciones.

Para hacer la Disertación, primero hay que leer el archivo o la fotocopia de clase sobre qué es una disertación, sus partes y los consejos para realizarla. Para esta primera evaluación, de momento, hay dos temas propuestos: la muerte y la influencia de algunas aplicaciones de Internet en la comunicación. Primero hay que leer y resumirse alguno o algunos artículos sobre los temas. Hay que reflejar las ideas de los artículos, bien para confirmarlas o refutarlas, pero argumentando.
El artículo sobre la muerte es el primer capítulo del libro de Fernando Savater, Las preguntas de la vida (bibliografía de la asignatura). Los artículos sobre Internet son varios. Aquí se resume el primero.

Para la Disertación sobre Redes Sociales.
Resumen del artículo 1 (el que había que buscar un título y contestar preguntas)

Empieza el artículo mencionando el caso de una adolescente que enviaba como media 100 mensajes diarios, uno cada diez minutos. De lo que se deduce que no estaba sola consigo misma más de diez minutos. El artículo trata de investigar sobre lo que significa finalmente no ser capaz de quedarse uno solo con sus pensamientos o preocupaciones, gracias a la permanente vida on line.

Pero los mensajes son sólo una posibilidad. Luego están los sitios web Facebook, MySpace, o los lugares de chat, que según Zimmermann provocan una potente adicción. Por ejemplo, si pierden la conexión o los padres se la cortan, puede provocarse un análogo síndrome de abstinencia como algunas drogas.

Empieza el artículo a reflexionar sobre lo desagradable y espantaso que puede llegar a ser la soledad en el actual mundo, a la vez sorprendente y desconocido. La necesidad de no estar solos es anterior a los artilugios electrónicos, éstos no la han provocado, pero sí que la agudizan. En esta sociedad, por las condiciones de vida, pueden ser muchos los que padezcan y echen de menos el contacto y la compañía humana. Ahora el vacío de la vida por la falta de compañía puede llenarse de ruidos electrónicos.


Un problema surge: cuando más se utilice estas tecnologías menos capaz se es de usar los medios anteriores para remediar la soledad: los músculos (es decir, moverse y interactuar físicamente) y la imaginación.

La cuestión es que Internet permite ocultar ese vacío, aliviar el dolor que provoca la ausencia de compañía, pero el autor del artículo quiere reflexionar sobre si cumple Internet sus promesas, a qué precio, y si realmente es conveniente huir siempre de la soledad.

Las redes sociales ofrecen múltiples ventajas para evitar la tortura del aislamiento. Sobre todo porque evita la incomodidad, la torpeza o lo desafortunado de muchos encuentros cara a cara. También permiten estar conectados siempre, en cualquier momento. Otra ventaja sería que se puede controlar la interacción, que vaya por la trayectoria que se desea, y si no, se interrumpe sin más, sin tener que buscar demasiadas excusas o fabricar mentiras. Basta un pulsación. Se evitan así exigencias ajenas, compromisos o sacrificios complicados y molestos. Es posible entrar y ausentarse libremente de los contactos sociales. Siempre hay alguien disponible cuando se necesite huir del rebaño, sin tener que estar a su vez disponible cuando los demás quieren.

Pero la interacción humana es estimulante y engorrosa a la vez. La vida on line parece un paraíso porque evita lo segundo. El asunto del artículo es ¿qué precio se paga por estar siempre conectado de esa forma? Estar siempre conectado, significa no estar nunca verdaderamente y totalmente solo, y si no se está solo no se puede hacer algo imprevisto, o que uno se comunique con gente real del entorno inmediato. Es decir, no se sabe disfrutar del aislamiento, para reflexionar o quizás buscar el sentido a las relaciones y a hacer más interesante la comunicación misma.

Artículo 2. 
(Fragmentos de otros artículos)


"Los adolescentes no captan algunos estímulos sociales importantes porque están demasiados absortos en los iPods, móviles o los videojuegos. No son capaces de saludar o establecer contacto ocular. El reconocimiento o la proximidad física de otro ser humano auguran un despilfarro: presagian la necesidad de gastar una parte de un tiempo precioso, para iniciar una honda inmersión (algo necesario para la exploración una relación en profundidad), decisión que interrumpiría el deslizarse por otras relaciones no menos (o tal vez) más sugerentes."

La continua emergencia de relaciones virtuales superan fácilmente lo "real". La capacidad de multiplicar encuentros interpersonales les confiere un caracter fugaz, desechable y superficial a tales encuentros.

El principal atractivo del mundo virtual proviene de la ausencia de las contradicciones y los malentendidos que caracterizan la vida offline. Y a diferencia de ésta, la vida on line hace concebible la multiplicación infinita de los contactos.

Para el joven lo más importante es conservar la capacidad para redefinir la identidad y la red en cuanto surge la necesidad (o las ganas) de redefinirlas. Las preocupación de otras generaciones de una identificación única y exclusiva da paso a un creciente interés por la perpetua reidentificación. Las identidades deben ser desechables. Una identidad insatisfactoria o no suficientemente satisfactoria debe ser fácil de abandonar. Las capacidades interactivas de Internet parecen concebidas para satisfacer esta nueva necesidad. En el entorno de Internet, la cantidad de conexiones, más que la calidad, determina las oportunidades de éxito o fracaso.

Artículo 3. "La Muerte para empezar".


Alguna vez al menos en la vida uno es verdaderamente consciente de verdad de que morirá. Es decir, no la muerte como algo que le ocurre a los demás, o como una ley general de la especie, sino la muerte de la que uno mismo es el protagonista. El yo de uno muere irremediablemente, y además ese proceso que nos acerca a la muerte ha empezado ya. Alguna vez en la vida ese pensamiento (la certeza de la muerte) se apodera de uno, y en realidad puede ser la primera vez que uno realmente piensa, que no repite sencillamente pensamientos de otros. A muchos personas la evidencia, la conciencia de la muerte les vuelve pensadores.
En realidad a través de ese pensamiento se empieza a madurar (sólo los niños se creen inmortales y que el mundo gira a su alrededor). Y también nos humanizamos, porque entendemos realmente lo que quiere decir ser mortal, y no inmortal. Los animales, por ejemplo, no son mortales porque no saben que van a morir, que tienen que morir. La idea es que no es mortal quien muere, sino quien está seguro que morirá. Y como contrapartida, por eso mismo se está más vivo que las plantas y animales.

Uno empieza a pensar la vida a partir cuando tiene conciencia de la propia muerte. Puesto que sabemos que moriremos, la vida entonces se convierte en algo tan importante, sobre lo que merece la pena pensar. La filosofía práctica que trata de cómo vivir mejor, empieza por eso mismo a pensar al mismo tiempo sobre el significado de morir. Ambas cosas están relacionadas. De hecho, si uno no muriera, no pensaría sobre nada, porque casi todo lo que se hace, también pensar, es para evitar morir, para vivir más.

La muerte es el destino necesario de los hombres (un destino con el que no cabe pacto, excepción alguna). Afecta a todas las personas, pero al mismo tiempo es absolutamente personal e intransferible, nadie puede morir por otro, o pagar su deuda con la muerte con la vida de otro (sólo temporalmente). La muerte es el hecho más individualizador, y a la vez lo más igualitario. Al morir, cada cual es definitivamente él mismo y nadie más. Y si al nacer traemos al mundo lo que nunca había sido, al morir nos llevamos lo que nunca volverá a ser.

Otro aspecto sobre la muerte, además de cierta, es que es perpetuamente inminente. No sólo mueren los viejos, en cualquier momento ya estamos listos para morirnos. Nunca estamos a resguardo de ella, quizás para algunas personas sea más probable morir, pero siempre es posible para todos. De esa manera, todos estamos a la misma distancia de la muerte.

Pero la muerte a pesar de su carácter necesario y perpetuamente inminente, es desconocida, inescrutable. Sabemos cuándo alguien está muerto, pero ignoramos qué es morir visto desde dentro. Sólo conozco la muerte de los otros, no la propia.  Aunque culturalmente, interrogarse sobre el sentido de la muerte ha sido una constante de la humanidad. Las religiones, los dioses, han existido siempre para dar un sentido y explicar lo inevitable de la muerte.

Hay mitos y epopeyas como la de Gilgamesh entre los sumerios o del Hades entre los griegos que describen la muerte como un estadio triste, gris y nada envidiable. En cambio, las religiones posteriores como la cristiana o la musulmana prometen a los seres humanos obedientes una existencia más feliz y luminosa que la vida terrenal (o la condena eterna a los malvados). Pero se trata siempre de una existencia como congelada, repetida, de infinita duración, no una verdadera vida humana como la que se goza antes de la muerte. Una existencia eterna y sin modificaciones es algo inquietante y contradictorio.

Lo que hay que pensar entonces filosóficamente es que una vida en la que falte la posibilidad de morir no es una vida auténtica y real. Porque precisamente lo que nos define como individuos es querer seguir viviendo con nuestra personalidad aunque como reconozcamos que como especie somos mortales. Miguel de Unamuno afirmaba que vivir no es seguir existiendo y durando de cualquier modo, incluso infinitamente, sino conservar la personalidad, retener la propia individualidad. Pero la propia individualidad se fabrica justamente a partir de reconocerse finito y mortal.

Según Savater, aquellos que imaginan que la muerte no es el final, en cierta forma no tendrían que ser llamados creyentes, sino incrédulos, porque niegan la realidad última de la muerte, la ven como una mera apariencia, no la toman totalmente en serio (quizás por el mismo miedo que les provoca).
El dato más evidente de la muerte es que suele producir dolor en el caso de la muerte ajena, y miedo y angustia cuando se trata de la muerte propia. El miedo trataría de imaginar sufrimientos y castigos terribles después de la muerte. La angustia sería el temor menos concreto pero no menor, el temos precisamente a lo que no se conoce.

El filósofo griego Epicuro buscaba curar el miedo a la muerte reflexionando sobre el hecho de que nunca llegamos a coexistir con ella: mientramos estamos nosotros, la muerte no está; cuando llega la muerte, dejamos de estar nosotros. Nunca somos conscientes de la muerte, no estamos finalmente presentes.
Pero si no acaba de convencer ese argumento, es porque la muerte provoca la angustia terrible de no ser ya nada, de que no haya nada. Lucrecio buscaba calmar esa angustia mostrando que también en cierta forma ya hemos experimentado la muerte: antes de nacer no eramos nada, no estábamos en ningún lugar y sin embargo eso no nos hizo sufrir, por tanto no sería razonable imaginar que sufriremos cuando ya estemos definitamente ausentes. Lichtenberg seguía la misma idea cuando afirmaba que en cierta forma ya hemos resucitado una vez, al nacer, hemos escapado ya una vez al menos de la muerte, quizás vuelva a ocurrir.

Pero ¿será el mismo Yo? Ese es el problema real que hace sufrir, cuando vivos en el presente pensamos e imaginamos la muerte.
En realidad, el pensamiento de la muerte duele y hace sufrir mientras estamos vivos, cuando en el presente, anticipando lo que puede pasar, lo imaginamos.  Porque a pesar de Lucrecio, lo cierto es que antes de nacer el yo propio todavía no existía, por tanto no tenía conciencia de estarme perdiendo nada. Pero cuando ahora ya sé lo que es vivir me preocupa perder lo que tengo o podría tener. Además, las amenazas futuras siempre son más desagradable y terribles que los sufrimientos superados, precisamente porque aún han ocurrido.

Acercándose a la conclusión del ensayo, Savater afirma que aunque la muerte nos hace pensar, nos hace pensadores, se sigue sin saber bien qué pensar de la muerte. Lo normal entonces es oscilar periodos de ignorarlas con periodos de angustiarse mucho sin entender nada. Un mal dilema.
Sin embargo para el filósofo Spinoza sabía salir de ese de dilema y parálisis. La muerte debería servir para hacernos pensar nos obre ella, sino sobre la vida. Sobre la propia muerte no hay nada positivo que pensar. Sea temida o deseada, la muerte en sí misma es sólo el reverso de una vida que se ama o se odia. Por tanto, siempre volvemos a la propia vida.


Más artículos sobre el tema de la muerte:  hay más material que se puede consultar, fácil y corto:

http://www.xtec.net/~asarsane/filoantropologia/muerte.htm

http://www.xtec.net/~asarsane/filoantropologia/mort.htm



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