lunes, 27 de septiembre de 2010

F y C. Tema 1. Pensar.

Para la asignatura de Filosofía y Ciudadanía se pueden leer y resumir artículos que se irán proponiendo. Para el primer tema, por ejemplo, sobre El lugar de la FIlosofía, la introducción del libro de Simon Blackburn, Pensar. Aunque el libro, luego, puede ser un poco más difícil, puede seleccionarse también como libro de lectura para el curso. A continuación, dos páginas de la introducción. La introducción entera, e incluso el libro entero, puedes leerlo on-line, en Google-books, abajo está el enlace.



¿Sobre qué debemos pensar?

Estas son algunas de las preguntas que cualquiera de nosotros puede formularse acerca de sí mismo: ¿Qué soy? ¿Qué es la conciencia? ¿Puedo sobrevivir a mi muerte corporal? ¿Tengo la certeza de que las experiencias y las sensaciones de los demás son como las mías? ¿Si no puedo compartir la experiencia de los demás, puedo comunicarme con ellos? ¿Actuamos siempre de forma egoísta? ¿Acaso soy una especie de títere que cree actuar libremente cuando en realidad sus actos están programados?

También hay preguntas acerca del mundo: ¿Por qué existe algo, y no la nada? ¿Cuál es la diferencia entre el pasado y el futuro? ¿Por qué la causalidad actúa siempre desde el pasado hacia el futuro, o tiene sentido pensar que el futuro puede influir sobre el pasado? ¿Por qué hay regularidades en la naturaleza? ¿Presupone el mundo un Creador? Y si es así, ¿podemos comprender por qué lo creó (él, ella o ellos)?

Finalmente, también hay preguntas acerca de nosotros y el mundo: ¿Cómo podemos estar seguros de que el mundo es tal como creemos que es? ¿Qué es el conocimiento y cuánto poseemos? ¿Qué es lo que convierte un campo de investigación en una ciencia? (¿Es una ciencia el psicoanálisis? ¿Lo es la economía?) ¿De dónde procede nuestro conocimiento de los objetos abstractos, como los números? ¿De dónde procede nuestro conocimiento de los valores y los deberes? ¿Cómo podemos saber si nuestras opiniones son objetivas o meramente subjetivas?



 Lo raro de estas preguntas no es sólo su aspecto desconcertante a primera vista, sino también que desafían cualquier intento de encontrar la solución por un procedimiento sencillo. Si alguien me pregunta cuándo hay marea alta, sé dónde tengo que buscar la respuesta. Puedo consultar tablas autorizadas sobre mareas; puede ser que tenga una idea aproximada de cómo se forman, y si falla todo lo demás puedo ir y medir yo mismo la subida y la bajada de la marea. Una pregunta como ésta se responde por medio de la experiencia: es una cuestión empírica. Se puede resolver mediante procedimientos convencionales, que consisten en realizar ciertas observaciones y mediciones, o bien en aplicar ciertas reglas que han sido contrastadas con la experiencia y se sabe que funcionan. Las preguntas del párrafo anterior no son de este tipo. Parecen requerir un mayor grado de reflexión. No se nos ocurre de forma inmediata dónde tenemos que buscar la respuesta. Tal vez no estemos del todo seguros de lo que queremos decir con ellas o de qué podría valer como respuesta. ¿Cómo podría saber, por ejemplo, si no soy después de todo un títere que cree actuar libremente cuando en realidad sus actos están programados? ¿Deberíamos preguntar a científicos especializados en el cerebro? Pero ¿cómo sabrían ellos lo que tenían que buscar? ¿Cómo sabrían que lo han encontrado? Imaginen el titular de prensa: "Los neurofisiólogos descubren que los seres humanos no son títeres". ¿Cómo es posible?

Entonces, ¿de dónde surgen estas preguntas tan desconcertantes? En una palabra, de la autorreflexión. La capacidad de reflexión sobre sí mismos acompaña siempre a los seres humanos. Incluso cuando actuamos guiados por el hábito, seguimos siendo capaces de reflexionar sobre dicho hábito. Es algo habitual para nosotros pensar sobre algo y luego reflexionar sobre lo que estamos pensando. Podemos preguntarnos a nosotros mismos (o bien puede ser otra persona quien nos haga la pregunta) si sabemos de lo que estamos hablando. Para responder a eso debemos reflexionar sobre la posición que hemos adoptado, sobre nuestra propia comprensión de lo que decimos, sobre nuestras fuentes de autoridad. Podemos comenzar a dudar si de verdad sabemos lo que queremos decir. Podemos preguntarnos si lo que decimos es "objetivamente" cierto, o sólo el resultado de la perspectiva que adoptamos, de nuestra forma de enfocar la situación. Al pensar sobre estas cuestiones, nos encontramos con categorías tales como el conocimiento, la objetividad, la verdad, y es posible que también queramos pensar acerca de ellas. En tal caso lo que hacemos es reflexionar sobre conceptos, procedimientos y creencias que habitualmente nos limitamos a usar. Observamos el andamiaje de nuestro pensamiento, hacemos ingeniería de conceptos.

Este momento de reflexión puede plantearse en el curso de un debate de lo más normal. Un historiador, por ejemplo, se verá obligado en algún momento a preguntar por el significado de "objetividad", "evidencia" o incluso "verdad" en el campo de la historia. Un cosmólogo deberá detenerse por un momento antes de resolver ecuaciones que incluyan la letra t, y preguntar qué significa, por ejemplo, el flujo del tiempo, la dirección del tiempo o bien el origen del tiempo. Pero en este momento, lo admitan o no, se convierten en filósofos. Y se ponen a hacer algo que se puede hacer bien o mal. La cuestión es hacerlo bien.

¿Cómo se aprende filosofía? Una forma más adecuada de plantear la pregunta sería decir: ¿Cómo se pueden adquirir nuevas técnicas de pensamiento? En este caso se trata de pensar acerca de las estructuras básicas del pensamiento. Esto es algo que puede hacerse bien o mal, de modo inteligente o inepto, pero hacerlo bien no depende en primer lugar de la adquisición de un cuerpo de conocimientos. Es más parecido a tocar bien el piano. El "cómo" es tan importante como el "qué". La personalidad filosófica más famosa del mundo clásico, el Sócrates de los diálogos platónicos, no se vanagloriaba de lo mucho que sabía. Al contrario, se enorgullecía de ser el único que sabía cuán poco era lo que sabía (de nuevo, reflexión). Lo que de verdad hacía bien -se supone, pues existen divergencias sobre este punto- era mostrar la debilidad de las pretensiones de conocimiento de los demás. Pensar correctamente significa evitar las confusiones, detectar las ambigüedades, centrar la atención en cada cosa por separado, construir argumentos fiables, darse cuenta de las alternativas posibles, y esta clase de cosas.

En resumen: nuestras ideas y conceptos se pueden comparar con las lentes a través de las cuales vemos el mundo. En filosofía, el objeto de estudio es la lente en sí misma. El éxito no depende tanto de lo que podamos saber al término de la investigación como de lo que podemos hacer cuando la cuestión se pone difícil: cuando soplan los vientos de la argumentación y la confusión lo invade todo. Se tiene éxito cuando se toman en serio las implicaciones de las ideas.