jueves, 20 de enero de 2011

REDACCIONES PAU. DESCARTES. (1)

 Algunas redacciones encontradas en la red sobre Descartes.

También un enlace con algunas más.



Redacción: el problema del conocimiento y el método

En esta redacción se nos plantea el problema de la relación entre el conocimiento  y el método, entre el problema de si podemos conocer y la unidad del método en este problema. ¿Podemos conocer con certeza? ¿Es posible el conocimiento? Y si es posible ¿Podemos llegar directamente a él o precisamos de alguna ayuda, un método? ¿En qué consistirá ese método por el cual podremos llegar a un conocimiento cierto y seguro? A lo largo de la historia del pensamiento ha habido diversas respuestas a estos interrogantes. Evidentemente Descartes opta por la posibilidad de un conocimiento cierto y por la utilidad del método como instrumento seguro para adquirir este conocimiento. Pero esta opción plantea nuevos interrogantes: ¿Qué o quién nos asegura que realmente lo que consideramos conocimiento con certeza es tan cierto como pensamos? A lo largo de esta redacción trataremos de exponer la postura de Descartes en relación a estas cuestiones. El núcleo de nuestra exposición será la teoría cartesiana del método, así como su dualismo antropológico, su demostración de la existencia de Dios y su teoría de las ideas.
Como ya se ha comentado en las cuestiones, Descartes es el primer pensador que muestra en el lenguaje la toma de conciencia de la individualidad que se había producido en el Renacimiento. Esta conciencia individual toma especial relevancia cuando se pregunta si es posible un conocimiento cierto, algo que contestará desde el yo. Yo (el individuo) soy el que piensa. Con este descubrimiento el tema principal de la filosofía será el conocimiento. Con él la filosofía dejó de ser fundamentalmente ontología para pasar a ser teoría del conocimiento. Sin duda, con el tema central de su filosofía, marcará un nuevo rumbo a la reflexión filosófica posterior: ya no serán el ser ni la realidad los objetos primordiales de la filosofía, sino el conocimiento que del ser y de la realidad podemos llegar a tener los hombres. Es decir, el problema del conocimiento se antepone al problema de la realidad. Este giro es un hecho definitorio del pensamiento moderno, y con él se inaugura una nueva etapa de la filosofía, con la que se plantearán nuevos problemas, nuevas respuestas y una nueva actitud para encarar nuestra orientación en el mundo.

Para entender este salto en la historia del pensamiento es preciso conocer el contexto sociocultural de su época. Del conjunto de rasgos que caracterizan el siglo en el que se desarrolló la vida y la obra de Descartes (triunfo de las monarquías nacionales, aparición del capitalismo comercial y surgimiento de la clase burguesa, reforma protestante y contrarreforma católica, exploración geográfica del planeta, etc.) nos interesa destacar dos acontecimientos de singular trascendencia cultural y que tienen gran relieve en la obra cartesiana. Por una parte, el antropocentrismo humanista. En un marco de profunda crisis y renovación se demanda un modelo de hombre y sociedad diferente del anterior, del medieval. Por otra, la revolución científica. Copérnico, Kepler y Galileo acaban con la imagen aristotélica de un universo cerrado tanto en el campo de la astronomía como en el de la física. La sustitución del geocentrismo por la hipótesis heliocéntrica (Copérnico), al mismo tiempo que se descubre el sistema solar con las leyes de Kepler, por un lado, y la interpretación matemática de los fenómenos físicos (Galileo) por otro, impulsa definitivamente una nueva concepción de la ciencia, cuya expresión más acabada será la físico-matemática que culminará el siglo próximo con la obra de Newton.
Vemos, pues, que el salto en la concepción de cómo hacer filosofía, iniciada en Descartes, no es casual. Ante una época de profunda crisis y cambios sociales, ante la nueva situación abierta por la nueva física, ante la inestabilidad política y religiosa, resulta lógico suponer que la duda asalte al hombre que viva en este contexto. Todo aquello que se había tenido por seguro ya no lo es. Los fundamentos de las creencias que habían regido la vida de los hombres ya no parecen estar tan fundamentados. Las nuevas respuestas ya no buscan tanto los fundamentos últimos de la realidad como el explicar cómo funciona ésta. La respuesta parece clara, o mejor, resulta claro el interrogante: ¿Puedo conocer con certeza alguna cosa? ¿Hay algún conocimiento que me pueda servir de guía para mi vida?
Aquí es donde entra en juego la importancia del método. Según Descartes si partimos de la evidencia (no admitir como verdadero sino lo evidente),  seguimos con el análisis (dividir las cuestiones en las partes necesarias), pasamos a la deducción (conducir ordenadamente los pensamientos, desde lo simple a lo complejo) y acabamos con la enumeración (repasar las cadenas de razones para estar seguro de no haber dado un paso en falso), llegaremos al conocimiento de principios con total claridad  y evidencia. Con estos principios hallaremos verdad en las ciencias ya que podremos deducir, a partir de ellos, otras verdades sin dar pasos injustificados en nuestros razonamientos. Descartes expone un método riguroso para una aplicación adecuada de nuestra razón, así como las reglas del mismo. A la hora de aplicarlo parte de la primera evidencia que encuentra en su pensamiento: la duda. Esta duda metódica y no escéptica (falacia de los sentidos, imposibilidad de distinguir vigilia y sueño, hipótesis del genio maligno) nos lleva al hallazgo de una primera verdad indudable: pienso, luego existo. Esta primera verdad es fruto de la intuición, que es la forma privilegiada de conocimiento para Descartes, pues por intuición entiende el conocimiento inmediato de ideas por la razón, y en tal forma de conocimiento no puede haber error alguno. Analizando esta primera verdad, Descartes extrae dos importantes conclusiones: a) que su verdadero ser es una res cogitans (sustancia pensante) que puede pensarse separado de su cuerpo (res extensa), lo que lo sitúa entre los pensadores dualistas; y b) que toda idea que sea conocida con igual claridad y distinción será, por tanto, igualmente verdadera.
Ahora bien, entre ambas deducciones de su primera verdad, Descartes va a empezar a definir un nuevo problema: la posibilidad de extender el conocimiento más allá de la propia realidad del pensamiento ya afirmada. Hasta aquí, lo único que ha conseguido Descartes es saber que, en tanto que piensa, existe; y que los objetos de su pensamiento, las ideas, son verdaderas consideradas en sí mismas, pero dudosas si las relacionamos con objetos de una también dudosa, por el momento, realidad externa al propio pensamiento, acerca de los cuales todavía sigue dudando de que existan y de que, en el caso de existir, sean como él los conoce. Se está planteando, por lo tanto, uno de los momentos más decisivos y delicados de la metafísica cartesiana: salir del radical subjetivismo (solipsismo) en que parece encerrarnos la primera y única verdad encontrada en este comienzo de la reflexión metafísica y según el cual solo existe o solo puede ser conocido el propio yo.
La solución a este problema la encontramos en la demostración de la existencia de Dios. Mientras subsista la posibilidad de plantear la hipótesis del “genio maligno”, por muy leve y teórica que sea esta duda, “no voy a poder estar nunca cierto de cosa alguna”. Pero aclaremos, no podré estar cierto de nada distinto de mí, pues no sólo el cogito se impone incluso ante todo intento de engaño, sino que no tendría sentido el resto de la meditación cartesiana. De modo que se hace preciso “suprimir del todo” tal duda, y para ello Descartes exige: 1º) Demostrar que existe Dios, pues la garantía que busca tiene que ser tan poderosa como la duda que se pretende eliminar. 2º) Demostrar que ese Dios es veraz, que no puede ser engañador; pues en caso contrario la anterior demostración de la existencia de Dios se volvería contra la deseada posibilidad de extender mi conocimiento.
En el cumplimiento de este programa se servirá del análisis de las ideas. Tras establecer los tipos de las mismas (innatas, adventicias y facticias), llegará a la conclusión de que las únicas indudables son las innatas, y, buscando entre ellas, encontrará la idea de un ser sumamente perfecto, al que identificará con Dios y cuya existencia demostrará sirviéndose tanto del argumento ontológico (San Anselmo) propio de la tradición medieval, pero que Descartes actualiza dando su propia versión, como con una prueba en la estela de la escolática, la aplicación del principio de causalidad (Santo Tomás), pero con la originalidad de referir tal principio a la realidad objetiva de la idea de Dios.
Demostrada la existencia de Dios y, con ella, su absoluta perfección, encuentra en él la garantía completa del criterio de certeza en su función como criterio de verdad, pues, siendo Dios perfecto y, consecuentemente, veraz en grado sumo, no puede consentir que conozcamos con claridad y distinción nada que sea falso, nada que no se corresponda con la realidad en sí misma. Como vemos Descartes considera que la demostración de la veracidad de Dios implica una refutación del genio maligno. Por lo tanto, ya se puede levantar la duda sobre la posibilidad de equivocarse la razón (hipótesis del genio maligno) y sobre la distinción entre el sueño y la vigilia, pero no totalmente sobre el conocimiento sensible, que sigue siendo sospechoso en la medida que su contenido no es claro y distinto. Ésta es la razón por la que Descartes distingue en la res extensa cualidades primarias y secundarias, y encuadra en las primeras todos aquellos aspectos de los cuerpos que son mensurables, matematizables, mientras que las segundas (las cualidades propiamente sensibles) son puramente subjetivas y carentes de valor cognoscitivo. Pero Descartes considera que, de este modo, ha encontrado el fundamento metafísico que dote de realidad al mundo de la física mecanicista y de la geometría analítica cartesiana.
Así pues, todo lo que se presente a nuestra razón cumpliendo el criterio de certeza deberá ser tenido por verdadero, quedando para nuestra precaución ser cuidadosos con la intervención de la memoria en los procesos deductivos -pues puede ser fuente de error en los mismos, al olvidar elementos o añadir otros que no estaban en el razonamiento inicial- y con la voluntad, que puede confundir a la razón presentándole objetos que desea como verdaderos sin serlo en realidad.
Por último, y como conclusión, apuntar la importancia y significado histórico que ha tenido la problemática entre el conocimiento y el método en Descartes. El racionalismo posterior tiene en él un referente básico, y por mucho que se aparten de Descartes, es desde el Discurso del método desde donde hay que entender a Spinoza e incluso a Leibniz. Más tarde, Kant y el idealismo alemán seguirán en la estela abierta por el cogito. Y ya avanzado el siglo XX, Husserl, fundador de uno de los movimientos filosóficos más vigorosos de nuestro tiempo (la fenomenología), tomará de él el título de una de sus obras fundamentales, las Meditaciones cartesianas. Son sólo unos ejemplos significativos que nos hablan de la trascendencia histórica de Descartes.



  REDACCIÓN: Valor del método para el conocimiento científico y para la moral.

La preocupación de Descartes por el método es exigencia de su espíritu crítico con respecto a la filosofía precedente. La motivación del método es antropológica y práctica. El saber es un saber práctico legitimado y fundamentado en y por el método, en la realización y obtención de las normas y principios que lo permitan, es sometido a la razón o al espíritu desde donde se determinará qué es y cómo entender el saber. Descartes rompió con toda autoridad en filosofía, sustituyéndola por un método que será la garantía de su pensamiento. Por ello en esta redacción trataremos principalmente sobre qué es el método, a qué se aplica (el entendimiento) y qué resultados obtenemos de él (unificación de las ciencias, validez en el conocimiento científico, validez del conocimiento práctico, esto es moral, y validez de la filosofía como saber universal).
Desde Aristóteles a Descartes se pensaba que había diversidad de ciencias impuesta por la diversidad de objetos. Para Descartes, sin embargo, el entendimiento es lo primero que se conoce, pues de él dependen el resto de las cosas. Entendimiento es aquí la “bona mens” que consiste en la capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso: “el buen sentido es... la facultad de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo falso”. Para Descartes, todas las ciencias no son otra cosa que la sabiduría humana, que siempre es la misma, aunque aplicada a diferentes objetos. Él mismo alude a la unidad de la ciencia, mediante esta unidad de la ciencia se pretende conseguir tanto la destrucción de la concepción aristotélico-escolástica de la ciencia, como abrir el camino hacia la búsqueda de la verdad, para “poder empezar desde los fundamentos” y “establecer algo firme y constante en las ciencias”.
Relacionado con la unidad de la ciencia se habla de “sabiduría universal”. La “sabiduría universal” es “ese soberano bien considerado por la razón natural sin la luz de la fe. Así, lo que caracteriza al método es la unidad del saber. Esta unidad viene determinada por la luz natural de la razón que siempre es una y la misma.
Como se ha dicho, Descartes busca un fundamento de verdad en el que basar un conocimiento científico cierto y evidente, para ello, ha de recurrir al método. El método son “reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales, el que las observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y, no empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero”. A esta definición se la llama definición del método, ya que se la considera como una serie de reglas cuya validez y fundamentación se presupone: se presupone qué es la verdad, cómo alcanzarla y como reconocerla.
El método, entendido como conjunto de reglas a seguir para llegar a la verdad, supone un orden, no en el sentido del orden de exposición de lo ya sabido, sino un orden inventivo que pretende hacer avanzar el saber. Este orden no es orden de las cosas, sino el orden de mi pensamiento de las cosas: “todo el método consiste en el orden y disposición de aquellas cosas a las que se ha de dirigir la mirada de la mente a fin de que descubramos alguna verdad”. Por ello, “el método enseña a seguir y observar el verdadero orden: el método no suele ser otro que la observación constante del hombre, bien existente en el objeto mismo, o bien producido sutilmente por el pensamiento”. A partir de aquí, Descartes concluye que el método hace que el espíritu intuya y conozca distintamente mejor. Para Descartes, practicar el método es sinónimo de cultivar la razón, por eso, “no basta ciertamente tener buen entendimiento: lo principal es aplicarlo bien”. Así, el sentido común puede “descubrir las verdades con tal que sea bien dirigido”.
Las reglas del método se remiten a la razón, una razón matemática: las reglas son reglas de un saber matemático. Estas reglas se reducen a cuatro:
El primero era no aceptar jamás cosa alguna por verdadera que no supiese con evidencia que lo es: es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención; y no comprender nada más en mis juicios que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu, que no tuviese ocasión de ponerlo en duda.
El segundo, dividir cada una de las dificultades que examinare, en tantas partes como pudiera y que fueran necesarias para resolverlas mejor.
La tercera, conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento más complejo; suponiendo incluso el orden entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros.
Y el último, hacer en todo enumeraciones tan enteras, y revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada
Para saber cómo aplicar estas reglas primero habrá que saber cómo funciona el conocimiento en el hombre. El primer acto de conocimiento es la intuición. El objeto del conocimiento son unos datos elementales captados mediante la intuición: las naturalezas simples. El único criterio de verdad es la evidencia. No debemos tomar nada como verdadero a no ser que sea evidente por sí mismo, de tal forma que es mejor no estudiar nunca que ocuparse de objetos difíciles y dudosos. Así, se rechazan todos los conocimientos solo probables. La evidencia se define mediante dos características: la claridad y la distinción. Descartes entiende por claro “aquello presente y manifiesto a un espíritu atento” y por distinto, “aquello que es preciso y diferente a todo lo demás”. Así, una idea es clara cuando sus partes están separadas entre sí: la idea tiene claridad interior.
El entendimiento utiliza, además de la intuición, otra vía, la deducción. Esta última nos conduce a lo largo de una cadena de razonamientos relacionados cada uno con el precedente, de tal forma que sólo conocemos el primero y el último mediante el recuerdo de que el último se enlaza con el penúltimo, este con el anterior y así sucesivamente. Por deducción se entiende “todo aquello que se sigue necesariamente de otras cosas conocidas con certeza”. Podemos distinguir entre la intuición de la mente y la deducción (concebida como movimiento). Para la deducción no es necesaria una evidencia actual, sino que recibe su certeza de la memoria, de donde las proposiciones que se siguen de los primeros principios son concebidas tanto por intuición como por deducción; pero los primeros principios sólo se conocen por intuición, al igual que para Aristóteles, que pensaba que el conocimiento de los primeros principios correspondía al intelecto; las conclusiones remotas se conocen por deducción.
Una vez realizada la deducción se convierte en un término inmóvil, objeto de intuición. A su vez, la deducción es una sucesión de intuiciones. Cuando la deducción no se ve claramente y es múltiple se la llama enumeración o inducción, pues no puede comprenderse entera y a la vez por el entendimiento. Su certeza depende de la memoria.
El punto de partida serán las ideas claras y distintas forman la intuición. Tales ideas son innatas al hombre. Las ideas innatas no están en la mente como acabadas, pero la mente las desarrolla mediante la experiencia. Así, las ideas claras y distintas son virtualmente innatas, implantadas en la mente por Dios.
Intuición y deducción son los caminos utilizados para llegar al conocimiento, pero no son el método a seguir, ya que no son reglas, y el método consiste en un conjunto de éstas para emplear bien la intuición y la deducción. El método no enseña a intuir o deducir, sino que indica la forma que podemos adoptar para intuir o para deducir: la finalidad del método está en posibilitar el ejercicio de la intuición, y en señalar la manera adecuada de utilizar deducciones, así como en seguir el orden. Se coloca así a la mente en el puesto más alto de la ciencia. Una vez realizada la intuición no será necesaria ya la ayuda del método, de tal forma que llegaremos a alcanzar la verdad solamente mediante la luz natural: “y en verdad, casi toda la industria de la razón consiste en preparar esta operación, pues cuando es clara y simple, no hay necesidad de ninguna ayuda del arte, sino de la luz natural sola para intuir la verdad que se obtiene de ella”. Por tanto, puede pensarse sin reglas cuando la razón actúa por sí sola.
Este remitir las reglas del método a la razón, es una remisión al saber matemático, a la razón matemática. Así, en la segunda parte del Discurso del método, Descartes nos dice que se interesó por la lógica, por el análisis y por el álgebra: “y considerando que entre todos los que antes han buscado la verdad en las ciencias, sólo los matemáticos han podido hallar algunas demostraciones, esto es, algunas razones ciertas y evidentes”. Así, se dedicará al cultivo de la Aritmética y de la Geometría por ser las más simples y porque en las demás sólo existen conocimientos probables, y de todo aquello en lo que sólo hay conocimiento probable no se puede derivar ciencia alguna; “sólo la Aritmética y la geometría están libres de todo defecto de falsedad e incertidumbre”.
Descartes, de todas formas, con lo dicho hasta aquí no quiere decir que sólo ha de ocuparse de la geometría y de la aritmética, sino que cree que en el método de búsqueda de la verdad han de utilizarse los rasgos que aparecen en ellas. Así, ambas disciplinas desempeñarán un papel propedéutico, son el punto de partida para llegar a la verdad; en ellas se experimenta tanto la certeza y la evidencia requeridas para un adecuado saber, como el que son y manifiestan el desarrollo espontáneo del espíritu. Mediante la geometría y la matemática se pretende llegar a realizar una verdadera matemática que sirva como saber universal. Así, se apunta hacia la idea de una mathesis universalis. Geometría y aritmética se hallan limitadas debido a que operan con figuras y cifras, por eso, Descartes tiende a crear un saber matemático que considere sólo las relaciones y proporciones en general. Se llegará a una mathesis universalis, a un saber universal del orden y de la medida (pues la matemática se ocupa de multitudes a las que hay que ordenar y de magnitudes a las que hay que medir). La mathesis universalis considerada como saber matemático no es el saber supremo ya que no muestra el porqué, y su proceder remite a la razón. A partir de la mathesis universalis, Descartes va a ocuparse de ciencias un poco más elevadas; vemos con ello que admite la existencia de un saber superior.
El método cartesiano intenta facilitar el desarrollo espontáneo y natural de la razón, pues Descartes cree que, cuando la mente humana está libre de desorden y estudios tradicionales, puede proceder espontáneamente; tal cosa ocurre con la aritmética y la geometría. Método viene a significar aquí el originario modo de proceder de la mente, por ello, el saber matemático y las reglas del método son la expresión de la razón. Por ello el método se convierte en el paradigma del conocimiento científico.
Pero el método no sólo se aplicará a la matemática, sino también a cualquier otro saber. Bastará cultivar los principios de la razón para que el método (como modo de proceder en su sentido interno y como conjunto de reglas) se pueda aplicar a todo saber. Se llegará así a la constitución de un scientia universalis; esta es “el saber que procede a partir de la razón... y que impone y determina de acuerdo con ésta las condiciones de todo conocimiento cierto, y un saber que con ello prefigurará el ámbito de lo cognoscible y los requisitos que ha de cumplir”.
El método, en el sentido interno que ahora estudiamos, se entiende como la actividad de la razón que determina las reglas a las que todo conocimiento ha de estar sometido. El método, en este sentido deja de incumbir a una parcela del saber y se convierte en objeto de consideración filosófica, “la validez del método así entendida remite a y depende de la filosofía tal y como Descartes la entiende”. La validez del método no sólo se aplicará a la ciencia sino a todo el saber, por supuesto también para la moral. Con ello Descartes deja abierta la puerta al capítulo III del Discurso del método donde nos expondrá su doctrina moral intentando entroncarla dentro de la lógica de su método y del saber cierto y seguro.
La conclusión a la que se llega es que Descartes delimita perfectamente el campo de la filosofía en su método. La filosofía, como ya hemos visto, consiste en el estudio de la sabiduría: el conocimiento perfecto de lo que el hombre puede saber, para ello, el saber ha de partir de unos principios, los cuales son lo que son dependiendo de la forma en que se accede a ellos.



REDACCIÓN: Relación entre entendimiento y voluntad
    
    En esta redacción se nos plantea el problema de la relación entre el entendimiento  y la voluntad, entre el problema de si la voluntad viene marcada por el entendimiento o no es así. ¿La voluntad es algo común a todos los seres o sólo del hombre? ¿Es el entendimiento la base de la voluntad? Evidentemente Descartes opta por la teoría de que el entendimiento es el que determina la voluntad; tanto entendimiento como la voluntad son propiamente humanas y, a la vez, son la base de unas máximas morales. Pero esta opción plantea un nuevo interrogante: El entendimiento y la voluntad las podemos deducir a través del método, pero ¿son deducibles también las máximas morales? A lo largo de esta redacción trataremos de exponer la postura de Descartes en relación a estas cuestiones. El núcleo de nuestra exposición será la teoría cartesiana del método, así como su dualismo antropológico, su psicología y su teoría de la moral provisional.
    Según Descartes, el hombre está compuesto de un cuerpo al cual está íntimamente unida el alma, sustancia pensante. Esta unión, a la par que distinción entre el cuerpo y el alma, domina todas las tesis psicológicas. Tendremos por un lado que considerar el alma en sí misma, y luego en cuanto que está unida al cuerpo. En sí misma, el alma es inteligencia, facultad de pensar, de verificar intuiciones intelectuales; en este punto, la psicología se confunde con la metafísica o la lógica. Por otra parte, entre las ideas del alma están sus voluntades. La voluntad o libertad la sitúa, empero, Descartes en el mismo plano que las demás intuiciones intelectuales; la voluntad es la facultad, totalmente formal, de afirmar o negar. Y tan grande es el carácter lógico y metafísico que le da a la voluntad, que de ella deriva su teoría del error, el cual, como es sabido proviene de que, siendo la voluntad infinita, puesto que carece de contenido, y el entendimiento finito, aquélla a veces afirma la realidad de una idea confusa, por precipitación, o niega la de una idea clara (por prevención), y en ambos casos provoca el error. (Véase la primera regla del Método en la parte segunda del Discurso).
    Réstanos considerar el alma como unida al cuerpo. En este sentido, el alma es, ante todo, consciencia, es decir, que conoce lo que al cuerpo ocurre, y se da cuenta de este conocimiento. Mas, siendo el cuerpo un mecanismo, si no hay alma no habrá consciencia, ni voluntad, ni razón. Así los animales son puros autómatas, máquinas maravillosamente ensambladas, pero carentes en absoluto de todo lo que de cerca o de lejos pueda llamarse espíritu.
     En el hombre, en cambio, porque hay un alma inteligente y razonable, hay pasiones; es decir, los movimientos del cuerpo se reflejan en el alma; y a este reflejo es precisamente lo que llamamos pasión, que no es sino un estado especial del alma, consecuencia de movimientos del cuerpo. Pero lo característico de estos estados especiales del alma es que, siendo causados, en realidad, por movimientos del cuerpo, sin embargo el alma los refiere a sí misma; ignorante de la causa de sus pasiones, el alma las cree nacidas y alimentadas en su propio seno. Hay seis pasiones fundamentales. La primera, la admiración, es apenas pasión, y señala el tránsito entre la pura intuición intelectual y la pasión propiamente; es, en suma, la emoción intelectual. De ella nacen el amor, el odio, el deseo, la alegría, la tristeza. De estas seis pasiones fundamentales, se derivan otras muchas: el aprecio, el desprecio, la conmiseración, etc.
    Como conclusión llegamos a que el estudio de las pasiones, las cuales provienen de los movimientos del cuerpo, conduce a Descartes a un gran número de interesantes y finas observaciones psico-fisiológicas, de las que se ocupará en la parte V del Discurso. Por lo que respecta a esta Parte III, lo que hace es extraer de esta estructura ciertas conclusiones morales. La idea de Descartes es enlazar las conclusiones que extrae haciendo uso de su método con la exposición de unas máximas morales. Si lo que diferencia al hombre de los animales es que el entendimiento lo mueve a actuar voluntariamente y, por consiguiente, se convierte en un ser libre, el mismo entendimiento lo llevará a formularse unos citerior morales. Sin embargo no se encuentra una clara conexión entre las regalas del método y estas máximas de moral, por o que la afirmación del autor de que estas máximas morales las ha extraído de método parece hecha para que el Discurso tenga una mayor apariencia de coherencia y unidad temática. Realmente del método no se concluye ninguna moral, aunque sí la separación entre entendimiento teórico y práctico, el cual sí podrá convertirse en un fundamento racional de la moral, algo que llegará a su auge en la moral de E. Kant.



REDACCIÓN: Duda y primer principio

     La noción del método, la teoría del conocimiento y la metafísica se hallan íntimamente enlazadas y como fundidas en la filosofía de Descartes. La idea fundamental de la unidad del saber humano, que Descartes, además, se representa bajo la forma seguida y concatenada de la geometría, es la que funde todos esos elementos, reúne la metafísica con la lógica, y éstas a su vez con la física y la psicología, en un magno sistema de verdades enlazadas. El cartesiano Espinosa pudo conseguir exponer la filosofía de Descartes en una serie geométrica de axiomas, definiciones y teoremas.
     El punto de partida es la duda metódica. La duda cartesiana no es escepticismo, sino un procedimiento dialéctico de investigación, encaminado a desprender y aislar la primera verdad evidente, la primera idea clara y distinta, la primera naturaleza simple. La duda, en suma, es la aplicación al problema del conocimiento del método del análisis. El residuo de ese análisis es la verdad fundamental que sirve de base a todas las demás: «Yo soy una cosa o sustancia pensante.»
     Entre las dificultades que plantea la duda metódica, nos detendremos en una tan sólo, en la famosa hipótesis del genio o espíritu maligno (Algo que no aparece en el Discurso pero sí en las Meditaciones). Después de haber examinado las diferentes razones para dudar de todo, quedan todavía en pie las verdades matemáticas, tan simples, claras y evidentes, que parece que la duda no puede hacer mella en ellas. Pero Descartes también las rechaza fundándose en la consideración de que acaso maneje el mundo un Dios omnipotente, pero lleno de tal malignidad y astucia, que se complace en engañarme y burlarme a cada paso, aun en las cosas que más evidentes me parecen. Esta hipótesis ha sido diversamente interpretada; hay quién la tacha de fantástica y superflua, suponiendo que Descartes lo dice por juego y sin creer en ella; otros, por el contrario, la consideran muy seria y fuerte, hasta el punto de creer que encierra el espíritu en tan definitiva duda, que no cabe salir de ella sin contradicción. En realidad, la hipótesis del genio maligno ni es un juego ni un círculo de hierro, sino un movimiento dialéctico, muy importante en el curso del pensamiento cartesiano. Repárese en que la hipótesis del genio maligno, necesita, para ser destruida, la demostración de la existencia de Dios. Sólo cuando sabemos que Dios existe y que Dios es incapaz de engañarnos, sólo entonces queda deshecha la última y poderosa razón que Descartes adelanta para justificar la duda. ¿Qué significa esto? Significa el planteamiento y solución de un grave problema lógico, que luego ocupará hondamente a Kant: el problema de la racionalidad o cognoscibilidad de lo real. El genio maligno y sus artes de engaño simbolizan la duda profunda de si en general la ciencia es posible. ¿Es lo real cognoscible, racional? ¿No será acaso el universo algo totalmente inaprensible por la razón humana, algo esencialmente absurdo, irracional, incognoscible? Esta interrogación es la que Descartes se hace bajo el ropaje dialéctico de la hipótesis del genio maligno. Y las demostraciones de la existencia y veracidad de Dios no hacen sino contestar, afirmando la racionalidad del conocimiento, la posibilidad del conocimiento, la confianza postrera que hemos de tener en nuestra razón y en la capacidad de los objetos para ser aprehendidos por ella.
     El primer principio de la filosofía cartesiana es el cogito ergo sum: pienso, luego soy. Dos observaciones sobre este primer eslabón de la cadena. Primera: no es el cogito un razonamiento, sino una intuición, la intuición del yo como primera realidad y como realidad pensante. El yo es la naturaleza simple que, antes que ninguna, se presenta a mi conocimiento; y el acto por el cual el espíritu conoce las naturalezas simples es, como ya hemos dicho, una intuición. Se yerra, pues, cuando se considera el cogito como un silogismo, v. gr., el siguiente: todo lo que piensa existe; yo pienso, luego yo existo. Segunda: al poner Descartes el fundamento de su filosofía en el yo, acude a dar satisfacción a la esencial tendencia del nuevo sentido filosófico que se manifiesta con el Renacimiento. Se trata de explicar racionalmente el universo, es decir, de explicarlo en función del hombre, en función del yo. Era, pues, preciso empezar definiendo el hombre, el yo, y definiéndolo de suerte que en él se hallaran los elementos bastantes para edificar un sistema del mundo. La filosofía moderna, con Descartes, entra en su fase idealista y racionalista. Los sucesores de nuestro filósofo se ocuparán fundamentalmente en desenvolver estos gérmenes del idealismo; es decir, de definir la razón como el conjunto de principios y axiomas lógicos necesarios y suficientes para dar cuenta de la experiencia.

     Habiendo hallado el primer principio, Descartes se apresura a sacar de él todo el provecho posible. El cogito es, por una parte, la primera existencia o sustancia conocida, la primera naturaleza simple; por otra parte, es también la primera intuición, el primer acto del conocer verdadero. Del cogito puede, pues, desprenderse el criterio de toda verdad, a saber: toda intuición de naturaleza simple es verdadera, o, en otros términos, toda idea clara y distinta es verdadera.
     Con este escaso bagaje emprende en seguida Descartes el problema sumo de la metafísica, la existencia de Dios. De las tres pruebas que da nos fijaremos sólo en la tercera. Es el famosísimo argumento ontológico. El esquema de la demostración es el siguiente: la existencia es una perfección; Dios tiene todas las perfecciones; luego Dios tiene la existencia. Como se ve, Descartes considera la existencia de Dios tan segura y evidentemente demostrada como la propiedad del triángulo de tener tres ángulos. Tras él va toda la metafísica del siglo XVII y XVIII, la cual, hipnotizada por la geometría, querrá construirse al modo geométrico, y se apoyará más o menos encubiertamente en el argumento cartesiano. Así como la existencia del yo ha sido, en el cogito, establecida por una intuición intelectual, también la existencia de Dios queda establecida en el argumento ontológico por medio de una deducción (que para Descartes es una serie de intuiciones intelectuales). La metafísica del cartesianismo y filosofías subsiguientes tienden, por modo inevitable, a demostrar las existencias, mediante actos intelectuales subjetivos. En efecto, siendo el yo, es decir, la inteligencia personal, su punto de partida, no podrán considerar las realidades fuera del yo, como dadas, y necesitarán inferirlas, demostrarlas; pues la inteligencia conoce inmediatamente esencias, definiciones, pero no existencias, cosas exteriores; las existencias son siempre, en el racionalismo, inferidas mediatamente de las esencias. Esta distinción bastará a Kant para arruinar toda la metafísica cartesiana, y abrir un nuevo cauce a la filosofía; bastará, digo, distinguir la esencia o definición, de la existencia; la esencia podrá ser objeto de conocimiento intelectual; pero la existencia no podrá serlo sino de conocimiento sensible. Para conocer una existencia precisará una intuición no intelectual, sino sensible. El cogito y el argumento ontológico podrán servir para instituir ideas, pero no cosas existentes.








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